QUIERO PERO TENGO MIEDO
Una vez más aprendo.
Estábamos saliendo de la piscina E 2, mi pequeño (que ha cumplido ya los
dos, sí, cómo pasa el tiempo) G 6, mi mayor (que ronda ya los 7) y yo (que también crezco...ejem).
La piscina se ubica en una tercera planta. Hay ascensor y
escaleras como en todo edificio moderno y adaptado que se precie.
Ahí estábamos
nosotros esperando al ascensor como toda persona de preferencia para usarlo
(entre las que me incluyo cuando llevo el carrito del bebé, si no NO –
aprovecho que el Pisuerga pasa por Valladolid: los ascensores y los asientos en
el transporte público son para quienes DE VERDAD los necesitan, ¿ok?)
G6 quería bajar solo por las escaleras y yo necesitaba el
ascensor.
Me pidió permiso y se lo di pero no se atrevía.
Entró al ascensor. Volvió a salir queriendo atreverse. Volvió a entrar diciendo que mejor bajaba conmigo. Volvió a salir diciendo que quería bajar por las escaleras él solo (yo además sólo podía bajar en ascensor con el carrito del bebé).
Entró al ascensor. Volvió a salir queriendo atreverse. Volvió a entrar diciendo que mejor bajaba conmigo. Volvió a salir diciendo que quería bajar por las escaleras él solo (yo además sólo podía bajar en ascensor con el carrito del bebé).
Le pregunté si realmente era importante para él bajar solito
por las escaleras o si podía aguantarse las ganas y asumir el ascensor. Era
realmente importante pero no se atrevía.
Entonces valoramos opciones:
- Le ofrecí mi anillo. Se puso contento, se sintió protegido.
- Le ofrecí bajar piso por piso. Yo bajaría en ascensor parando en cada piso para saludarnos y seguir al siguiente y así hasta abajo.
- Le ofrecí quedarme arriba disponible y atenta mirando por la ventana. Así si él quería volver a subir sabría que yo estaba ahí y si llegaba a la salida yo le vería y entonces bajaría.
- Le ofrecí bajar piso por piso. Yo bajaría en ascensor parando en cada piso para saludarnos y seguir al siguiente y así hasta abajo.
- Le ofrecí quedarme arriba disponible y atenta mirando por la ventana. Así si él quería volver a subir sabría que yo estaba ahí y si llegaba a la salida yo le vería y entonces bajaría.
Todo le parecía bien, cada opción era mejor que la
siguiente... Hasta que me dijo “es que quiero mucho bajar solo pero tengo miedo”
Reconoció su miedo (nota de coaching: una vez reconocido el
quiebre (la emoción-miedo en este caso era la que se lo producía) tiene
solución)
Casi sin pensarlo me salió de dentro “pues agárrate al
quiero en vez de al miedo”
Y lo entendí después de decirlo. Me vi a mi misma
habiéndome agarrado a algunos miedos y me prometí mentalmente agarrarme a los quieros.
Pensó un rato, aún pegados a la ventana del edificio. Me
dijo que no, que de verdad que no, que bajaría conmigo en ascensor y ya vería
otro día. Le dije que de acuerdo, que entendía su miedo y tenía razón para
sentirlo, y nos encaminamos al ascensor.
Entonces sin mirarme, recto y con la cabeza bien alta bajó
las primeras escaleras. No miró atrás. Siguió bajando. Le observé mientras
llegaba el ascensor - que habíamos liberado hacía rato de tanto ir y venir, sí - .
Cuando llegué a la salida me esperaba triunfal, tranquilo, sereno y pleno.
Cuando llegué a la salida me esperaba triunfal, tranquilo, sereno y pleno.
Me dijo “¿Has visto? Como que iba a entrar en el ascensor
pero me agarré al quiero y no entré, bajé así directo a las escaleras.”
Nota de coaching: cuando el deseo es fuerte, síguelo. El
impulso de seguirlo “sin pensar” (apagando la mente, conectando con tu esencia), confiando en tu potencial interior y en tu
capacidad física te llevará a conseguir tu objetivo.
Así se lo dije. Hablamos mucho rato sobre lo aprendido.
Nota de crianza (y nota
mental, para cuando yo misma patino entre las prisas y el cansancio): A veces
sólo supone unos minutos más de escucha llegar a un aprendizaje profundo con
tus hijos. Acompañarles a ello merece mucho
más la pena que haber llegado a casa o al súper siete minutos antes por
haber cogido el ascensor a la primera en vez de pararme a escuchar.
Nota de coaching: Merece la pena conocernos para conocerles.
Explora en tu interior, crece como ser humano y podrás tender una mano firme
que lleve a tus hijos a la vida hasta que estén dispuestos a soltarte.
Esta última nota me recuerda un sueño que tuve aún
embarazada del mayor: había una charca y niños mayores observándonos. Quería
bañarse pero no se atrevía. Le di la mano y nos acercamos juntos al agua hasta
que me soltó y me dijo… “ya es suficiente, mami, ya entro yo solito”.