jueves, 27 de marzo de 2014

Diccionario corporal




UN DICCIONARIO CORPORAL


Leer los mapas corporales me ha devuelto a una consciencia plena de mi movimiento, de los mensajes y aprendizajes de los que constantemente nos avisa nuestro cuerpo. 


Algo con lo que nacemos. Algo que desaprendemos, pero que no perdemos. Algo a lo que a pesar de los años y de los hábitos podemos volver y ajustar.


Voy a poner un ejemplo muy concreto.


Hace unos días tuve una conversación con dos mujeres. Lo pasé bien, son amigas, pero algo en su manera de hablar y de ver la vida empezó a “desintonizar” con mi momento vital: Continuas quejas, hablar de la vida y de las relaciones desde el dolor y desde “lo que falta”, falta de escucha, declarar que no hay más posibilidades. Ese "es lo que hay"...


Al despedirnos pasadas las dos horas empecé a notar una contractura (ESA contractura tan recurrente y reconocible) justo bajo el omóplato izquierdo. 


Pensé que podía ser fruto de las diferentes camas y probablemente malas posturas (estaba de viaje), incluso del frío. Estaba poniendo fuera de mí el motivo y el mensaje.
Pensé después que no era casualidad que apareciera en ese momento. Empecé a poner en mí el motivo y el mensaje.
Esa noche dormí una vez más en una cama diferente. 
Me levanté temprano para prepararme para otro encuentro.


Madrugón, sesión de yoga, estiramientos, fluir, danza, ducha, desayuno nutritivo y en marcha.


A pesar del trabajo corporal centrado en la zona dolorida no conseguí desatascarla sino todo lo contrario. Me dirigí al encuentro y notaba que mi caminar se hacía más rígido a cada paso. Apenas ya podía girar el cuello hacia la izquierda. Conseguí soltar caminando, centrándome en mis pasos y en el “aquí y ahora” para disfrutar del encuentro-desayuno programado.


Disfruté y mucho. Aprendí, redescubrí a una mujer de las que apetece que se queden en mi vida.

Al despedirnos volví a caminar un rato y fui tomando consciencia del aviso de mi dolor. 

Descansé y preparé mis cosas, me esparaba un largo viaje en tren.


Camino al tren ya empezaba a pasarse el dolor, pero algo en mi mente seguía enganchado a él. Anticipaba que el viaje, si me seguía doliendo, sería desagradable. Anticipaba que mi carácter, si me seguí enganchando, también se tornaría desagradable. 


Entonces vi claramente el aprendizaje que me esperaba y aproveché un momento en el tren para escribir. 


Escribí una carta a mi omóplato y a los músculos que le rodean. Sí. Lo hice.


Di las gracias porque acababa de entender que no es mi punto débil, sino mi punto más fuerte del cuerpo. El más activo y el más colaborador a la hora de darme señales. Le conté cómo, si bien ya lo venía intuyendo, estaba dispuesta a zambullirme en el mensaje que me daba: es una zona que se me atasca cada vez que estoy conectada con la rabia, con los “Loros mentales”, con cuentos que me persiguen y que no me quiero comprar más, con juicios, con … cierta cara de asco incluso, los ojos entrecerrados y duros. 

En definitiva: me avisa de que algo en mí pierde centro y sintonía. 


En este caso concreto lo vi muy claro. Estaba acercándome a una zona conocida, casi de confort (que no confortable) en la que ya no quiero estar. 

Verlo y valorarlo, agradecer su presencia y relajar con la respiración, decir claramente: “voy a hacerte caso” hizo que el dolor desapareciera de inmediato.El largo viaje en tren fue una maravilla.

Sé dónde quiero estar y se cómo hacerlo. Quiero una mirada limpia, confiada, sin juicios a los demás ni a mí misma, poniendo el foco en lo que tengo, en lo valiosas que son las personas que me rodean, en lo maravilloso de las luces y las sombras del ser humano.
Aceptar y respetar a fondo. 




Sé hacerlo atendiendo a las señales de mi cuerpo que me avisan si estoy o no en ese lugar. 

Cuando estoy en él mi cara se relaja, mi respiración es suave y me lleva a la ternura aún incluso si tengo prisa por algo que “hay que” hacer. Siento la circulación fluir dentro de mí y los músculos que funcionan a la perfección imprimiendo a mi movimiento la energía justa y necesaria para cada circunstancia. Me fijo en los elementos, siento el aire, el viento, la luz, los sonidos, las temperaturas de las distintas partes de mi cuerpo, cubiertas o no, la pisada de mis plantas en el suelo.Me siento disponible.


Ahí estoy. Ahí recurro. Ahí os invito.


Gracias, cuerpo por avisarme y cuidarme. Gracias a todos por habitarlo y co-crearlo. Gracias por llenarme y moverme. Gracias a mí porque me muevo.


Todo son posibilidades. 
Toda quietud ya es en sí una forma de movimiento.