UN DICCIONARIO CORPORAL
Leer
los mapas corporales me ha devuelto a una consciencia
plena de mi movimiento, de los mensajes y aprendizajes de los que constantemente nos avisa nuestro cuerpo.
Algo
con lo que nacemos. Algo que desaprendemos, pero que no perdemos. Algo a lo que a pesar de los años y de los hábitos podemos volver y ajustar.
Voy a
poner un ejemplo muy concreto.
Hace
unos días tuve una conversación con dos mujeres. Lo pasé bien, son amigas, pero algo en su manera de hablar y
de ver la vida empezó a “desintonizar” con mi momento vital: Continuas quejas,
hablar de la vida y de las relaciones desde el dolor y desde “lo que falta”, falta de escucha, declarar que no hay más posibilidades. Ese "es lo que hay"...
Al despedirnos pasadas las dos horas empecé a notar una contractura (ESA contractura
tan recurrente y reconocible) justo bajo el omóplato izquierdo.
Pensé
que podía ser fruto de las diferentes camas y probablemente malas posturas (estaba de viaje), incluso del frío. Estaba poniendo fuera de mí el motivo y el mensaje.
Pensé después
que no era casualidad que apareciera en ese momento. Empecé a poner en mí el motivo y el mensaje.
Esa noche dormí una vez más en una
cama diferente.
Me levanté temprano para prepararme para otro encuentro.
Madrugón,
sesión de yoga, estiramientos, fluir, danza, ducha, desayuno nutritivo y en
marcha.
A pesar
del trabajo corporal centrado en la zona dolorida no conseguí desatascarla sino
todo lo contrario. Me dirigí al encuentro y notaba que mi caminar se hacía más
rígido a cada paso. Apenas ya podía girar el cuello hacia la izquierda.
Conseguí soltar caminando, centrándome en mis pasos y en el “aquí y ahora” para
disfrutar del encuentro-desayuno programado.
Disfruté
y mucho. Aprendí, redescubrí a una mujer de las que apetece que se queden en mi
vida.
Al
despedirnos volví a caminar un rato y fui
tomando consciencia del aviso de mi dolor.
Descansé y preparé mis cosas, me esparaba un largo viaje en tren.
Camino
al tren ya empezaba a pasarse el dolor, pero algo en mi mente seguía enganchado
a él. Anticipaba que el viaje, si me seguía doliendo, sería desagradable.
Anticipaba que mi carácter, si me seguí enganchando, también se tornaría
desagradable.
Entonces vi
claramente el aprendizaje que me esperaba y aproveché un momento en el tren para escribir.
Escribí
una carta a mi omóplato y a los músculos que le rodean. Sí. Lo hice.
Di las
gracias porque acababa de entender que no es mi punto débil, sino mi punto más
fuerte del cuerpo. El más activo y el más colaborador a la hora de darme
señales. Le conté cómo, si bien ya lo venía intuyendo, estaba dispuesta a
zambullirme en el mensaje que me daba: es una zona que se me atasca cada vez
que estoy conectada con la rabia, con los “Loros mentales”, con cuentos que me
persiguen y que no me quiero comprar más, con juicios, con … cierta cara de
asco incluso, los ojos entrecerrados y duros.
En definitiva: me avisa de que algo en mí pierde centro y
sintonía.
En este
caso concreto lo vi muy claro. Estaba
acercándome a una zona conocida, casi de confort (que no confortable) en la que
ya no quiero estar.
Verlo y
valorarlo, agradecer su presencia y relajar con la respiración, decir
claramente: “voy a hacerte caso” hizo que el dolor desapareciera de inmediato.El largo viaje en tren fue una maravilla.
Sé
dónde quiero estar y se cómo hacerlo. Quiero una mirada limpia, confiada, sin
juicios a los demás ni a mí misma, poniendo el foco en lo que tengo, en lo
valiosas que son las personas que me rodean, en lo maravilloso de las luces y
las sombras del ser humano.
Aceptar y respetar a fondo.
Sé
hacerlo atendiendo a las señales de mi cuerpo que me avisan si estoy o no en
ese lugar.
Cuando estoy en él mi cara se relaja, mi respiración es suave y me lleva a
la ternura aún incluso si tengo prisa por algo que “hay que” hacer. Siento la
circulación fluir dentro de mí y los músculos que funcionan a la perfección
imprimiendo a mi movimiento la energía justa y necesaria para cada
circunstancia. Me fijo en los elementos, siento el aire, el viento, la luz, los
sonidos, las temperaturas de las distintas partes de mi cuerpo, cubiertas o no,
la pisada de mis plantas en el suelo.Me siento disponible.
Ahí
estoy. Ahí recurro. Ahí os invito.
Gracias,
cuerpo por avisarme y cuidarme. Gracias a todos por habitarlo y co-crearlo.
Gracias por llenarme y moverme. Gracias a mí porque me muevo.
Todo son posibilidades.
Toda
quietud ya es en sí una forma de movimiento.